Noviembre en Igartubeiti
LA HUERTA
Para hacer hueco en la huerta, tenemos que recoger las últimas cosechas en otoño. Entre ellas hay una que merece una mención especial, por su importancia histórica. Es el momento de recoger las mazorcas de maíz y empezar a desgranar.
El maíz llegó a los caseríos vascos a raíz de la conquista de América llevada a cabo desde finales del siglo XV. Llegó junto a otras plantas, productos exóticos o riquezas del “nuevo mundo”. Pero para poder comprender el proceso en el cual el maíz se fue arraigando como cultivo principal en los caseríos del País Vasco atlántico, ya que el proceso fue relativamente lento, tenemos que ponernos en la piel del baserritarra de hace 500 años. Ya que para ellos/ellas, era una planta que nunca jamás habían visto, ni sabían lo que era ni para qué era, y tampoco sabían cómo había que plantar o sembrar ni cuál era la mejor época para recoger la cosecha. De modo que en un principio había cierta desconfianza hacía el maíz por parte de la población.
Fueron los “jauntxos” o los nobles y las gentes de la clase alta los primeros en comenzar a experimentar con el maíz. Sembraban y plantaban el maíz en sus jardines para decorar sus casas y enseñar que eran dueños/as de esa planta misteriosa, la intención era decorativa, no agraria o alimentaria. Pero poco a poco, en diferentes lugares de Europa comenzaron a experimentar y cultivar el maíz. La razón era abastecer una necesidad básica: el hambre. Desde el siglo XV había un aumento demográfico que a su vez aumentó el hambre entre la población, porque, o bien sufrían escasez de alimentos para toda la población o la distribución no era equitativa.
De modo que en el caso del País Vasco, pasó cierto tiempo hasta que se empezó a cultivar y consumir el maíz en grandes cantidades. Las primeros intentos y rasgos de cuando empiezan a cultivar de manera más intensiva son del siglo XVII, pero no será hasta el XIX que el maíz sea algo común y “natural” en la población. Es en esa época cuando los cultivos de los caseríos empezaron a cubrirse de plantaciones de maíz, junto con el aumento de la ganadería y la plantación de los pinos. Por lo tanto, aquellos que hoy lo definimos y consideramos como “tradicional”, más o menos de manera estable lleva 200 años con nosotros/as, que es cuando se socializa el cultivo y el consumo de maíz.
Después de recoger el maíz, para aprovechar el sitio libre que ha quedado en la huerta, tenemos diferentes opciones. Por un lado por ejemplo, podemos sembrar trigo. Como ya se ha comentado, noviembre es el mes de las semillas, tanto para recoger y guardar la semillas pero también para sembrar. De esta manera, recogeremos una cosecha y empezaremos a preparar la siguiente. Hay que mencionar que a lo largo de la historia, aunque el trigo se haya cultivado en todo el País Vasco, el entorno más apropiado es la vertiente mediterránea. Pero los orígenes del trigo están en Mesopotamia, la actual Siria, Jordania, Irak y Turquía. Allí comenzaron a cultivar el trigo según los restos que se han encontrado en las investigaciones arqueológicas, que datan del año 8.000 a.c. En el País Vasco, los restos más antiguos de trigo que se han encontrado son del año 4.000 a.c. Según la mitología vasca fue San Martin Txiki de Ataun, quién “cogió prestadas” las semillas de trigo a los “jentiles” que vivían en la cueva de Muski en Ataun.
También podemos plantar las plantas de invierno: puerro, escarola o la borraja. En el espacio libre donde no vamos a plantar nada, comenzaremos con el abonado de la tierra: estiércol, compost o abono verde.
La huerta lista para el abono orgánico
EL ENTORNO
El otoño es de gran valor para el entorno del caserío. Con la llegada del invierno cada granero se llena con la cosecha del huerto, aun así el caserío durante siglos ha tenido que emplearse de los recursos que nos ofrecen los alrededores. Esas labores se han mantenido como costumbres por ejemplo. Pero, ¿cuáles son los recursos que nos ofrece el entorno en otoño?
Por un lado, era época para trabajar con el helecho, desde comienzos de septiembre hasta que el tiempo empeorara en noviembre. De hecho, no podemos olvidar que en noviembre el ganado bajaba a las cuadras desde los altos prados, y que durante todo el invierno era imprescindible el helecho para la realización de las camas del ganado.
Desde Igartubeiti vamos a poner énfasis en los frutos secos: la avellana, que es fruto del avellano; la nuez, que es fruta del nogal; o también la castaña, que es la fruta del castaño.
Durante el mes de noviembre es habitual el consumo de castañas, y más concretamente el día 1 de noviembre. Día en el que las almas de los difuntos/as regresaban a casa, por eso en euskera se le denomina “arimen gaua” o la noche de las almas. Aunque nos puede sorprender, en el País Vasco hasta hace 50-60 años este día se vaciaban las calabazas o remolachas para poner en ellas velas. En la actualidad lo asociamos a la fiesta de Hallloween, pero en aquella época se celebraba con un significado diferente, aunque no falten las castañas.
Pero el otoño también nos ofrece otro regalo en forma de fruto seco, que ha tenido su importancia a lo largo de los años, y que hoy en día sigue teniendo cierta carisma: la bellota. La bellota, es un fruto que podemos encontrar en muchos árboles, por ejemplo el roble, el melojo (ametza), la encina o haya. Desde el punto de vista filológico, el nombre de la bellota en euskera “ezkur”, puede que sea una de las palabras más antiguas en euskera, por su fonética, como las palabras “ur”, “lur” o “zur”. Y al mismo tiempo, tenemos apellidos y toponimia derivada de la palabra ezkur: el apellido ezkurdia o el pueblo Ezkurra (Nafarroa).
Como hemos dicho, la bellota es un fruto que se puede encontrar en muchos árboles, aunque la más conocida sea del roble o de encina. El mismo fruto es la semilla del propio árbol, y tiene una substancia que se conoce como “tanino”. Esta substancia se encuentra en el propio árbol (en la piel, en las hojas…) y mediante la sabia se esparce en todo el árbol, y por lo tanto también se encuentra en la bellota. El tanino se ha utilizado para curtir las pieles.
En el País Vasco, y en otros muchos sitios, la bellota nos ha acompañado en diferentes etapas de nuestra historia. La bellota y la castaña han sido alimentos indispensable en nuestra dieta. Y más tarde la harina de bellota o de la castaña se ha mezclado con las harinas de los cereales. Las últimas investigaciones demuestran que junto a la bellota de la encina, la bellota de roble también es comestible, a pesar de que contenga más tanino. Antes de consumirlas se lavaban, “purificaban” (los ponían a remojo para quitar las impurezas).
La bellotas en Igartubeiti
Asadas, cocidas, o en forma de harina para hacer pan o bollos. La bellota se ha consumido de distintas formas. Según los escritos de Estrabón, cuando los romanos llegaron a la Península Ibérica los pueblos se alimentaban de bellotas y castañas durante un tercio del año. También en las tribus vasconas, que gracias a la bellota y la castaña, cuya población era alta y saludable, pudieron repeler diferentes ataques, primero de los reinos Visigodos de Toledo y después de Al-Andalus.
De esta manera, se puede afirmar que durante siglos el bosque ha sido un recurso imprescindible para la población. Esto se ve claramente en algunos datos forestales del año 1784, que según Pascual Madoz en Gipúzcoa había 5.322.665 robles, 4.771.502 hayas, 894.683 castaños y 23.874 encinas. Es decir tenían recursos abundantes tanto en madera como en castañas y bellotas. Y los/las baserritarras y los/as ganaderos/as no desechaban estos frutos. La bellota se ha utilizado como alimento para las ovejas y para los cerdos, la durante el otoño e invierno. En el País Vasco, en el siglo XVI, necesitaban mucha cantidad de bellotas, pero al parecer en Beizama, el año 1574 escaseaba la cosecha de este fruto. De manera que firmaron un trato con los baserriatarras de Zaldibia para que los cerdos de Beizama pastarán en los bosques de Aralar. Según ese contrato, quedaba a cargo de los de Beizama llevar los cerdos a Zaldibia, y desde este pueblo a Aralar era responsabilidad de los de Zaldibia. Durante ese año trasladaron 260 cerdos de Beizama a Aralar, desde octubre a finales de noviembre (hasta el día de San Andrés) y tuvieron que pagar 6 reales por cada cerdo. Por cierto, noviembre es también la época de la matanza del cerdo.
Y para finalizar, desde Igartubeiti queremos plantear una pequeña reflexión sobre la bellota, preguntándonos cómo entendemos y vemos la bellota hoy en día. ¿Tiene el mismo significado y cabida en nuestra sociedad? Cuando la bellota tenía el significado y la importancia que hemos mencionado antes, los/as baserritarras recogían las bellotas y trasladaban su rebaño a los espacios donde estaban las mejores bellotas. Hoy en día, las plazas de nuestros pueblos, las esquinas de los caminos, los parques de los pueblos… se llenan de bellotas, pero no hay nadie para recogerlas, han perdido su función en la sociedad. Al principio, nos parece una bella imagen, ver nuestras plazas y parques cubiertas de bellotas y hojarasca. Pero pasado un tiempo ya empiezan a molestar y a estorbar, desde la mirada moderna y “domesticada” se convierten en un elemento que ensucia y obstaculiza el flujo cotidiano. Queremos ver robles, castaños, bellotas y castañas, pero que no molesten.