La pieza del proyecto Musealiak expuesta actualmente es el calentador -berontzia- de la colección Iriarte Erdikoa. Se muestra en Igartubeiti hasta abril, tiempo en el que, mediante esta pieza, intentaremos socializar el patrimonio material del caserío vasco.
Esta vez se trata de una pieza que se empleaba en el día a día del caserío, así pues, una pieza de carácter etnográfico. Como el tema de la energía y los combustibles es uno de los principales retos sociales hoy en día y al trabajar desde Igartubeiti el tema de la sostenibilidad durante los últimos meses, nos ha parecido interesante poder traer esta temática desde el pasado hasta el presente. Además, al tener EKOMODA como exposición temporal en el museo, el calentador -berontzia- nos sirve como buena pieza para hilar narrativas.
El calentador (como su nombre en euskera indica: berontzi, bero -calor- + ontzi -recipiente) es la herramienta que se usaba para calentar diferentes espacios del caserío. Allí se coloca carbón o algún otro combustible para que quemara y pudiera calentar a los miembros del hogar. Era un elemento común en los países que pasan fríos inviernos, sobre todo en Europa, y también en Euskal Herria. Normalmente se trataba de recipientes de metal, con una larga asa. Tienen la forma de una actual sartén, con una tapa firme y a menudo decorada. El calentador se llenaba de brasas y se colocaba debajo de las sábanas o mantas de la cama, para que se calentaran o secaran antes de que los miembros de la familia entraran en ella. En ocasiones también se solía poner debajo de la mesa, con el mismo objetivo. El calentador que tenemos en la exposición Musealiak está completo, tiene el asa torneada y también una especie pequeño agarradero mediante el cual se abre la tapa. Es de la comarca del Goierri (zona colindante al museo Igartubeiti), de la colección Iriarte Erdikoa que hoy representa el Museo Zumalakarregi.
El berontzi -calentador- en el poema “Negua” -invierno- de Beatriz Chivite (2020):
Zure neska-lagunarekin egiten duzu lo
tapaki azpian.
Ikatzez betetako berontzia
besarkatzen dut nik
paretaren bestaldean.
Duermes con tu novia
debajo de las mantas.
Un calentador lleno de carbón
abrazo yo
al otro lado de la pared.
El caserío y el calor
Para mantener el calor dentro de la casa, en el caserío se ideaban (y se idean) diferentes estrategias. Entre todas estas la primera es la ubicación del propio caserío: el factor que determine la ubicación y la dirección de la casa será la iluminación del sol. Así, para las zonas “vivibles” del caserío (la entrada, la cocina, las habitaciones…) se buscarán la luz del sol y su calor. Las partes más frías y oscuras de la casa, sin embargo, se reservarán para la cuadra o los espacios de almacenaje (Urquía, 2000).
En el caso de Igartubeiti, de esta forma, la entrada, la cocina y la habitación principal se sitúan mirando el sureste, para aprovechar la luz y el sol. La cuadra y la bodega, al contrario, se encuentran en la parte noroeste del caserío, en la zona más fresca, el lugar idóneo para la fermentación de la sidra. En este espacio, como se puede ver en el caserío, no hay ninguna ventana, solamente unas aberturas para dejar pasar el aire. De la misma manera, la ubicación de Igartubeiti es también estratégica: no está situada al borde de un río, sino que, como observamos en muchas casas antiguas de Gipuzkoa, se encuentra en mitad de una ladera, en un pequeño prado, a ochenta metros del fondo del valle. Esta ladera del monte Kizkitza está mirando dirección sur, y el caserío recibe desde la primera hora de la mañana, directamente, el calor de la luz del sol. Mientras tanto, en el valle, suelen tener que esperar hasta que la niebla de los alrededores del río se disipe.
Por tanto, cuando hoy en día hablamos de arquitectura bioclimática (término que cada vez se emplea más: esta forma de construir los edificios respeta más el medioambiente, aprovechando la energía solar según las características de cada contexto), no podemos olvidar que nuestros ancestros ya tenían una lógica diseñada con los mismos objetivos: vivir durante todo el año en las condiciones térmicas más adecuadas, sin tener que utilizar combustibles contaminantes.
Además de la ubicación del caserío, había otras formas de calentar las zonas “vivibles” de la casa: para empezar, usaban los animales como calentadores vivientes y naturales. Sobre todo en invierno, los animales se guardaban dentro de la casa, y, así, el calor que mantienen en el cuerpo se transmite a las estancias cercanas a la cuadra. Además de esto, la hierba recogida en verano se guardaba en el desván del piso de arriba. Gracias a esto, las zonas vivibles se protegían del frío que venía del techo en invierno, con una función de “suelo irradiador”. Esta paja también cumplía una función de aislante térmico y evitaba que el calor generado por los animales subiera hacia arriba. Vemos, de nuevo, que las nuevas terminologías tienen su lugar en el caserío, se ven reflejadas en él. Hoy en día, los caseríos que ya no practican la ganadería han colocado sistemas de calentamiento de gasoil o madera para proteger la casa del frío. Si se emplean sistemas para aislar mejor la parte sur de la casa, se pueden conseguir unas condiciones térmicas adecuadas de nuevo, sin la necesidad de emplear combustibles fósiles (Urquía, 2000).
Ciertamente, los tipos de combustible que se han utilizado en los caseríos han sufrido grandes transformaciones en los últimos siglos. El combustible que se quemaba en los calentadores -berontziak- solía ser bien madera o carbón vegetal. El haya, el roble y el castaño eran los más utilizados, mientras que el pino se consideraba muy flojo en comparación con los anteriores.
Para la iluminación del caserío se empleaba otro tipo de combustible. La lámpara más vieja que se recuerda es el kriseilu -candil-. Para encenderlo, los caseros usaban aceite de ballena que conseguían a cambio de sidra que daban a los marineros de la costa. Después, para mantener la chispa creada con la grasa de la ballena, se servían de la grasa de los animales de la cuadra. Estos dos tipos de grasa se introducía en la cazoleta, desde donde salía una tira de tela apoyada en el pico y cumplía la función de mecha (La Anunciata, 2000).
Otro combustible común en el caserío era la cera. Además de para fabricar las argizaiolas, la cera se utilizaba para encender los candelabros -argi mutilak- y las velas.
Más adelante, nuevos tipos de combustible llegaron al caserío. El petroliontzia (: petrolio -petróleo- + ontzi -recipiente-) que vemos en la ilustración, como indica su nombre, se enciende con petróleo. El carburo servía para encender lo que se denomina “kinkea”. Por último, llegaron combustibles como el queroseno o la electricidad.
Eficiencia energética
El caserío vasco es el elemento arquitectónico que concilia la vivienda con el lugar de trabajo. Une las habitaciones, la cocina, el taller, el granero, el lagar… bajo un mismo techo. Como dice Ugaitz Gaztelu, el caserío es el patrimonio histórico que cumple con las peticiones que requiere una ganadería y una agricultura autosostenible y que se ha adaptado totalmente al clima y geografía vasca (Gaztelu, 2012). Además, si bien ha habido crisis, se ha amoldado a los cambios históricos, socioeconómicos, culturales… de cada época, reinventado nuevas formas de vida de una forma u otra.
Así, como ya hemos dicho, el caserío vasco recoge muchas de las características de lo que hoy llamaríamos bioclimática, siempre con el objetivo de conseguir la luz y el calor del sol para el trabajo y la convivencia. Toda la lógica de distribución y cada material empleado en el caserío tienen una función, un sentido y un porqué en este sistema térmico, desde las paredes de piedra adheridas en el siglo XVII hasta el uso de los calentadores.
También es importante hablar del papel que tenía el fuego de la cocina como elemento central del caserío. En invierno solía estar encendido durante todo el día, haciendo que la cocina, el lugar de encuentro de la familia, fuera la estancia más caliente de la casa, manteniendo durante 24 horas una temperatura aproximada de 25 grados. En los siglos XVI y XVII el fuego se situaba en una losa en medio de la cocina, encima del cual pendía la cadena de la llar. Para mantener el calor, construían muebles como el escaño, con un respaldo muy alto en la parte de la espalda, que también servía para poder plegar la mesa. Durante los siglos XVI y XVII se normalizó el uso del “beheko sua”, las chimeneas bajas. En el siglo XX, empezarón a usar las chapas metálicas en las cocinas de los caseríos y también las llamadas económicas, que ahorran una gran cantidad de combustible.
El arquitecto Gaztelu ha diseñado el “caserío vasco sostenible del futuro” teniendo en cuenta este análisis bioclimático. Gaztelu construye el futuro en base al cuidado del patrimonio cultural, entendiendo la historia y las redes de relaciones de cada lugar. En segundo lugar, empieza a trabajar el tema de la sostenibilidad, entendiéndolo tanto desde la perspectiva socioeconómica como de la medioambiental. En palabras del arquitecto, el nuevo orden capitalista hizo que el modo de vida y la arquitectura del caserío comenzaran a tambalearse, acercándonos a su derrumbe tanto físico como cultural -no podemos separar el edificio mismo de las formas de vida- (Gaztelu, 2012). Por lo tanto, el reto arquitectónico es a la vez un reto socioeconómico, que tiene que trabajar los usos que se le dan al caserío de acuerdo con las relaciones que mantiene con su entorno social y natural. Así se plantea el nuevo caserío, sin perder nunca la mirada hacia el pasado.
Bibliografia
Gaztelu, U. (2012). Baserrien analisi klimatikoa. Aldiri: arkitektura eta abar. 2, III, 10, 34-35.
Gaztelu, U. (2012). Rehabilitación energética del caserío vasco: hacia un modelo de diagnosis.
La Anunciata Ikerketa Mintegia (2000). El caserío vasco: el hogar y el ajuar de la cocina.
Urquía, I. (2000). Euskal baserria: arkitektura bioklimatikoa, eguzki-energiaren ustiapena. Bizkaia Maitea, 1, 12-14.