El solitario caserío Igartubeiti se alza en las estribaciones de la montaña, a mitad de camino entre el valle de Santa Lucía y el núcleo central de la aldea, que se divisa al fondo de la imagen. © Xabi Otero
Igartubeiti no está situado en la ribera del río, sino que, como es frecuente en muchas casas antiguas de Gipuzkoa, ha preferido un reducido rellano a media ladera, a ochenta metros de altitud sobre el fondo del valle. La ladera, perteneciente a las estribaciones del monte Kizkitza, está orientada al Sur y el caserío recibe desde las primeras horas de la mañana el calor directo de la luz solar, mientras que en el valle aun tardan en disiparse las neblinas de ribera. Igartubeiti está asentado exactamente sobre el espinazo de uno de los contrafuertes de esta montaña, de modo que su propio tejado actúa como divisoriade aguas entre dos profundos arroyos y sus tierras se precipitan cuesta abajo en ambos laterales de la casa. La plataforma es estrecha y de topografía muy irregular, con un espacio útil para asentamientos puntuales de 150 metros en el sentido del eje norte-sur, y poco más de 50 metros de anchura transversal, resultando completamente inadecuada para un asentamiento agrupado.
El caserío Igartubeti está situado en un estrecho rellano a media ladera, flanqueado por cuestas muy empinadas © Xabi Otero
El trazado de un viejo camino vecinal que une los dos núcleos que formaban el pueblo de Ezkioga pasa al par de los muros de Igartubeiti, delimitando uno de sus costados. El núcleo bajo, que se denomina Anduaga, es el de fundación más reciente, pero también el de más rápido crecimiento en la actualidad; mientras que el núcleo alto, que ostentaba la capitalidad del municipio y hoy es un barrio solitario, lo forman una decena de casas agrupadas en torno a la iglesia parroquial de San Miguel, situada en otro balcón natural de media ladera.
El nombre del caserío, Igartubeiti, es una palabra compuesta. Los vecinos del pueblo le denominan simplemente Beiti: "el de Abajo", haciendo referencia a su ubicación, pero en sus orígenes fue conocido por Igartua o, más tempranamente aun, por "Iartu", un topónimo de origen latino que evoca la presencia en este lugar de un gran árbol seco y tieso:yerto.
Hasta la última década del siglo XX el caserío Igartubeiti ha permanecido durante generaciones en manos de la familia Mendiguren, una saga de labradores de nivel económico medio, que explotaba una propiedad de doce hectáreas de terreno arcilloso, situada en coto redondo alrededor de la casa, además de otras tres hectáreas de aprovechamiento forestal en el paraje de Aristegieta. Mantenían una reducida cabaña ganadera, que en los años de máxima productividad podía reunir en el establo hasta seis vacas, dos bueyes de tiro, un burro, un cerdo de engorde y un rebaño de cincuenta ovejas, además de algunos conejos y una veintena de aves de corral.
En las tierras de Igartubeiti crecían numerosos frutales, sobre todo manzanos, castaños y melocotoneros. © Xabi Otero
La agricultura tradicional de Igartubeiti estaba basada en una combinación de cultivos de huerta, campos de trigo y maíz de difícil laboreo, y frutales, entre los que además de los manzanos y castaños, que fueron muy abundantes en todo el valle, en Igartubeiti sobresalían por su especial carnosidad los frutos de los melocotoneros. Era una agricultura deficitaria en cereal, que periódicamente obligaba a la familia a abastecerse de grano importado de Castilla o de la mar en la plaza pública. Durante los últimos siglos la fruta y la alubia fueron los principales productos agrícolas con los que la familia Mendiguren concurría a los mercados de los pueblos vecinos de Urretxu y Legazpi, pero su principal activo de intercambio fueron las varas de mimbre para cestería, que cultivaba en las parcelas más bajas y arenosas de su propiedad y vendía en Zumarraga.
El caserío Igartubeiti no destacaba por su riqueza, ni tampoco por su calidad como vivienda. El edificio, construido con estructura interior y fachada delantera de madera de roble, y el resto de los muros de pobre mampostería, apenas había conocido ninguna mejora o transformación importante desde el siglo XVII. El caserío es un bloque compacto de planta cuadrada y gran cubierta a dos aguas; tiene un soportal abierto en toda la anchura de la cara delantera y en el interior se organiza siguiendo un esquema tradicional en Gipuzkoa de doble L contrapuesta, en el que se encajan la vivienda y los establos en la planta baja, y los diversos espacios de almacenaje en el bajo cubierta. De su estructura interna llama la atención la presencia de un enorme lagar de palanca central, que se encontraba muy mutilado y en desuso desde hacía varias generaciones. No se trata de un elemento excepcional aunque tras su reconstrucción actual y nueva puesta en funcionamiento sí lo sea en cuanto a su tipología, ya que creemos que existieron varios miles de ejemplares de esta gran máquina en los primeros caseríos de Gipuzkoa y Bizkaia, y aún se conservan restos de algunos centenares de ellos.
Si bien no hay nada en Igartubeiti que resalte por su singularidad, salvo el hecho, de gran trascendencia en el ámbito del patrimonio cultural, de haber sabido conservar con pocas alteraciones la mayor parte de su estructura y cerramientos de fachada de madera, que en otros caseríos han desaparecido, lo más apreciable de él es precisamente su valor de paradigma: su capacidad para representar a un amplio número de caseríos con características sociales, económicas o de asentamiento similares, así como su aptitud para plantear con claridad,y en algún caso resolver, importantes dilemas históricos que afectan a todos ellos.
Igartubeiti es un caserío disperso, alejado de la parroquia y del centro del pueblo de Ezkioga. © Xabi Otero
Igartubeiti es un caserío que, al igual que muchos miles de congéneres, ha mantenido una presencia histórica extraordinariamente discreta, pero que a diferencia de aquellos ha sido sometido a un exhaustivo proceso de investigación documental, arqueológica, etnográfica y arquitectónica, de modo simultáneo, y necesariamente complementario, al proceso de restauración del edificio. Es la luz de la investigación la que lo ha singularizado a posteriori, no sus características intrínsecas de partida, que sin duda son comunesa muchos otros caseríos. Ésta ha sido no sólo una intervención de una intensidad excepcional, sino una investigación que carecía de precedentes locales en sus propios planteamientos metodológicos, al centrar su atención de partida, y no como extensión de un área más extensa de trabajo en un elemento de arquitectura doméstica rural, carente de los seductores valores visuales y de la reputación historiográfica de las arquitecturas de prestigio, como templos, residencias aristocráticas o ámbitos militares y urbanos, y sin más ni menos relevancia que la de poder ofrecer una información de primera mano, no mediatizada, sobre las formas de asentamiento de los labradores, sus viviendas y sus modos de vida en el pasado.
Igartubeiti, con este valor de paradigma que pretendemos otorgarle, puede servir de modelo de análisis para discutir, al menos, tres cuestiones que afectan a la interpretación del territorio y de miles de caseríos del País Vasco y que cubren un arco histórico superior a diez siglos. La primera se refiere al modelo de poblamiento disperso en laderas, de amplia difusión en la zona holohúmeda y del que Igartubeiti es un buen exponente. La segunda al nacimiento del caserío como nueva tipología de vivienda de los labradores de la vertiente cantábrica de Vasconia, y en particular al subtipo de casa-lagar, que en Gipuzkoa constituyó la opción mayoritaria de habitación y que tiene en Igartubeiti su único representante íntegramente preservado. Y finalmente, la tercera, más genérica, al conocimiento de las formas de vida doméstica, de convivencia familiar, los equipamientos y el uso de la casa campesina en el último medio milenio, avanzando más allá de los estrechos límites cronológicos impuestos por la memoria de los informantes vivos y de las escuetas noticias que ofrecen los documentos escritos, que condenan a los labradores a la invisibilidad de un pasado sin historia.
©Alberto Santana